Los lineamientos que el CUECH ha ido
implementando silenciosamente en las universidades, tomando la experiencia del
sistema Europeo.
¿Cuántos universitarios en Chile conocen los
créditos transferibles? ¿Cuántos estudiantes conocen el propósito del MEC?
¿Cuántos creen que el sistema mixto Beca-Crédito es un invento chileno?
¿Cuántas universidades han dado un debate abierto sobre la implementación
paulatina de políticas similares al famoso pero no tan conocido Plan Bolonia?
Me gusta comenzar mis textos con preguntas, y
suelo caracterizarme por siempre evidenciar los riesgos y no siempre relevar
los beneficios, pues creo en algo que,
como lo expresa Saramago a través de su personaje Cipriano Algor, “Sabríamos
mucho más de las complejidades de la vida si nos aplicásemos a estudiar con
ahínco sus contradicciones en vez de perder tanto tiempo con las identidades y
las coherencias, que ésas tienen la obligación de explicarse por si mismas”. En
este contexto, podrán comprender que no voy a dedicar mucha tinta a explicar
los posibles beneficios de las políticas educativas y económicas que tendría la
implantación de algunas características del Plan Bolonia en Chile, en cambio,
si lo haré a la hora de cuestionar el proceso y sus impactos a nivel subjetivo
y educacional en la formación de profesionales y/o personas.
Un buen punto de partida es preguntarse
primero ¿Qué es el famoso Plan Bolonia? Importante dato para comprender lo que
trataré de cuestionar. El Plan Bolonia es la denominación con la que se conoce
en la Eurozona a las políticas de educación superior que nacen luego de la
convención de Bolonia, en la que los países del Euro se proponen aumentar y
facilitar la movilidad estudiantil entre universidades de todos los países firmante, a través de una
homologación de los grados académicos, carreras y competencias a desarrollar.
¿Suena hermoso no? Poder estudiar en diferentes universidades de Europa donde
todas las universidades cumplen con los mismos “estándares de calidad y
competencias”, lo que permite moverte por diferentes culturas sin sacrificar el
“peso” de tu título. Además, con todas estas medidas, se espera reducir el
tiempo de formación de un estudiante para lograr el “Grado”, a 4 años y reducir
la deserción y el tiempo de estudio del “Grado”. La idea de esta medida se
complementa con la masificación de Maestrías y doctorados (¿Será que todos
necesitamos ser Doctores e investigadores para poder ejercer nuestras
carreras?). La forma de financiar este tipo de educación por la que optaron los
Europeos, que en otros tiempos tenían educación gratuita, es la del sistema
mixto entre Beca y Crédito privado incluso en las universidades públicas (¿Qué
sorpresa no?).
Una forma de homogenizar las cargas
académicas, es a través de la creación de una nueva ecuación para definir los
créditos académicos (de ahora en adelante ETCS por su sigla en inglés) la cual
ya no solo considera las horas en la que un estudiante está en clases, ahora
también incluye el tiempo de trabajo autónomo (o el tiempo que gastas en casa o
biblioteca quemando pestañas), lo cual sumado a que existe un máximo de horas
permitidas de trabajo académico semanal, significa que pasan menos tiempo en
clases a la semana que antes de la creación de este sistema (¿Hermoso o no?).
Una forma de homogenizar las diferentes
carreras, fue definiendo meticulosamente la competencias necesarias (en
Latinoamérica conocidas como Competencias Tunning), por lo cual, ahora daría lo
mismo donde lo estudias, todas cumplen con las mismas regulaciones de
“calidad”.
¿Y qué podemos cuestionar de esta maravilla?
Es una tarea complicada, pero, lo trataré de hacer con estilo.
Primero: El carácter
poco democrático y silencioso de la implantación progresiva de estas políticas
en las universidades del Consorcio de Universidades Estatales de Chile (CUECH).
En las universidades del CUECH, se hizo un
estudio respecto a la creación de la ecuación que definiría cuanto horas de
trabajo académico equivaldrían a un crédito académico en el Sistema de Crédito
Transferible (Versión Criolla del ETCS), este estudio tomó muestras en
estudiantes de algunas carreras y llegaron a la determinación de que un crédito
equivale a 27 horas (en total en el semestre). Luego, nace el MEC (Movilidad Estudiantil
del CUECH) y con el, el proceso definición de competencias para la formación de
pre-grado en diferentes áreas, y el pilotaje de la “formación por competencias”
en las mallas de algunas carreras, cómo diría J. Gimeno Sacristán: “otra moda
pedagógica”. Más recientemente, el ministro Beyer saca a la luz una estadística
respecto a la deserción (que se le puede transformar en arma de doble filo por
los factores que explican la deserción), y le solicita a las universidades de
Consejo de Rectores tomar medidas, ¿Alguien quiere apostar respecto a cuales
serán esas medidas? Obvio que no una educación gratuita, si hay que pagar,
tendré que terminar si o si, no tiene gracia salir sin título y con deuda. Por
lo tanto reducir la formación de pregrado a 4 años, basado en competencias, con
un sistema de financiamiento mixto, es una forma de aumentar la “eficiencia”
del sistema.
Nos estamos transformando en una versión nacional
de la UE a nivel universitario, y acá viene mi pregunta, querido/a estudiante y
estimado/a académico/a, ¿Tenía idea de
que esto estaba sucediendo? ¿Se realizó algún debate nacional (incluyente)
respecto a lo que se espera de la educación superior en Chile? ¿Cree usted que
este sistema está libre de problemas? Cómo ya lo dijo el gran Benedetti:
“cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas
las preguntas”.
Segundo: ¿Qué
evidencias a nivel latinoamericano existen de que la formación por competencias
contribuye a que los profesionales sean críticos que desde sus especialidades
trabajan arduamente por disminuir la injusticia social y resolver los problemas
sociales de Latinoamérica?
Esta pregunta, es por lo menos, odiosa y
descontextualizada del actual debate ¿no creen ustedes? Pero, desde mi punto de
vista, es totalmente necesaria, las competencias en la formación es un concepto
creado a partir de las necesidades del campo laboral de las carreras,
lógicamente, para formar buenos trabajadores Pues yo no estoy en contra de
formar buenos trabajadores, pero si se me hace necesario preguntarme ¿Qué es un
buen trabajador? ¿Un buen trabajador para quién y para qué? Podrán decir que
eso depende del estudiante y bla bla, yo les contestaría que son un poco
ingenuos. De que le sirven a Latinoamérica un puñado de buenos científicos, si
las empresas transnacionales y universidades se dedican a la compra de patentes
que limitan el uso de sus descubrimientos, casualmente son la mayoría de los
que ofrecen alternativas a los productos y servicios que mayores ganancias
generan, como el combustible y la energía, por nombrar algunos. De que sirven
buenos maestros si se los tiene trabajando cientos de horas extra sin pagar, en
condiciones precarias y poco favorables para el desarrollo profesional mientras
los gobiernos van derrumbando estatutos docentes y llenando de burocracia y
evaluaciones reguladoras, sin mencionar las campañas de desprestigio que tienen
curiosamente el efecto de distanciar a la sociedad de sus legítimas demandas
con comentarios como “estos profesores, no saben ni leer y piden más sueldo”. ¿Se enseña a decir y tratar de cambiar estas
cosas en sus competencias? ¿a cuestionar legítimamente el status quo de la
sociedad y generar cambios a partir de sus intervenciones y asociaciones?
Tercero: ¿En que
momento el debate sobre educación se empezó a regir por los conceptos derivados
de la administración y el mercado?
Erase una vez, un mundo en el cual el amor al
conocimiento, la formación personal e integral de las personas para su sana
convivencia en sociedad en búsqueda del bien común que se desarrolla en un
ambiente democrático, por decir algunas cosas interesantes, eran los propósitos
de algunas instituciones educativas o de la educación misma. En ese entonces es
probable que las discusiones hayan sido acerca de como logramos tomar buenos
caminos, como sociedad, basándose en la razón, los valores, la estética y la
ética, el bien común y la participación democrática, quizás sobre la justicia,
los problemas de la humanidad, etc. Supongo que en esos tiempos se podía
describir a una persona, pero no medir como tal, obviamente su estatura, peso y
medidas físicas pueden ser medibles, pero ¿Qué punto de referencia existen para
los valores? ¿Para las ideas? ¿Para las acciones? ¿Para los sentimientos? Me
parece que resulta un poco complejo y poco productivo intentar generar puntos
de referencia como medidas físicas para medir al hombre y la mujer integral,
siendo auténticos como lo somos todos, únicos e irrepetibles seres humanos
diversos y hermosos.
¿Ahora que se discute? Pues, sobre calidad y
estándares de la educación, sobre eficiencia, sobre empleabilidad, sobre
créditos y financiamiento, sobre evaluaciones, regulación y TIC’s. Creo que
estos nuevos tiempos nos han llevado a nuevas preguntas, pero no se que tan
productivas serán estas a la hora de abrir espacios para vivir un proceso de
formación universitaria que permita que al salir, uno tenga tantas
experiencias, tantas amistades, tantos desafíos, que cuando comience su vida
fuera del Alma Mater, seamos verdaderos agentes de cambio para dar soluciones a
las problemáticas sociales mundiales que son nuestro verdadero desafío.
Sin ánimo de entrar en un debate educativo
más específico, puedo decir que las
políticas inspiradas en el plan Bolonia, son una respuesta a problemas
administrativos y burocráticos de las universidades del CUECH, que esconden
algunos peligros para quienes creen que la universidad debería ser un espacio
libre y democrática, donde las personas deben pasar el tiempo necesario hasta
completar su desarrollo personal asociado a la formación de un profesional
integral y socialmente comprometido a base de experiencias y mucho estudio. Si
existiese un real compromiso de la sociedad civil y política con la formación
de profesionales, y hubiese un cambio de mentalidad en las empresas chilenas,
el debate de si se debe salir lo antes posible de la universidad bajo el
argumento del aumento de los costos monetarios que implica prolongar los
estudios, sería inexistente, ya que habría garantía de que el estudiante no
saldría de la universidad hasta estar preparado.
Detrás de estas medidas que agilizan la
burocracia (esperamos que así sea, porque en Chile tenemos el don de hacer todo
más complicado de lo que puede ser), se esconde una concepción de educación que
debido al problema del recurso económico, a la intromisión de la empresa
educacional privada, de los bancos, de las ideologías neoliberales y el
explosivo aumento de la demanda (que se puede explicar con factores similares),
pasa de ser un derecho garantizado, a ser un servicio subsidiado medianamente,
lleno de estándares, regulaciones, controles de calidad, como si se tratara de
frutas transgénicas o cualquier bien de consumo.
¿Y en sus universidades, ha existido un
debate respecto a esto?
La propuesta es pensar en un equilibrio entre
las ventajas de este sistema (como los SCT), pero resguardando aspectos como la
diversidad curricular, la libertad de cátedra, la autonomía universitaria, el
legítimo derecho a permanecer en la universidad pública tanto como sea
necesario y las capacidades de los estudiantes puedan hacerse cargo de esas
decisiones. Y simultáneamente las universidades deberían plantearse el objetivo
de ser aún más sociales y humanas, tratando de hacerse cargo de pensar,
repensar y disoñar una Latinoamérica
diferente, más humana, más justa y más conciente, ¡y desde América carajo!
Ejemplos de universidades inclusivas,
económicas y de buen nivel, son por ejemplo las universidades estatales o
federales brasileñas, la Universidad de Buenos Aires, la Universidad Nacional
Autónoma de México, quienes desde que el Plan Bolonia comenzó a movilizar a los
estudiantes españoles, vivieron también procesos de movilización en solidaridad
con la educación superior europea. Nosotros tenemos la Universidad de Chile y
sus Ex Sedes a nivel regional, todas esas universidades regionales que son la
esperanza de la diversidad en Chile, una diversidad y un acerbo cultural de
años de experiencia, que podrían comenzar a perderse por someterse a estándares
y competencias pre-definidas, de manera indirecta y perversa, una manera que es
difícil de evitar, ya que siempre tiene un carácter optativo, pero si no lo
tomas, pueden olvidarse de la acreditación y el financiamiento de fondos
variables, así es la cosa, nadie piensa desde los contextos locales, al
parecer, lo primero que habría que hacer, es deshacernos de nuestra tendencia
colonialista en todo sentido, para luego alcanzar la libertad.
¿Qué desafío nos queda? Buscar soluciones a
los problemas de la carga horaria, de dar una buena formación de profesionales,
de crear más y más pertinente conocimiento, de promover la interculturalidad y
de garantizar el acceso de todo el que desee a este conocimiento en la universidad
pública. Nos queda construir una educación de Chile para Chile, de Chile para
Latinoamérica, de Chile para el Mundo y viceversa.
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