El año pasado la
discusión sobre el movimiento educacional se trasladó a lo económico ya que la
demanda referente a la gratuidad para todos se llevó gran parte del debate, gracias
a un gobierno que instaló en su discurso el slogan "los pobres no pueden pagar
la educación de los ricos", seguido de propuestas como el famoso GANE y FE
(recordando que los mensajes subliminales aún son moda en la derecha chilena)
que solo se enfocaban en el dinero a invertir.
A diferencia de lo que
la mayoría esperaba, las cifras rimbombantes no tuvieron eco en los
estudiantes, y el rotundo NO a las propuestas económicas de gobierno y
oposición instaló la duda en la opinión pública sobre qué es lo que queremos. Y
es simple, lo que queremos no se puede comprar, pues estamos en contra de esas
prácticas que buscan ponerle un precio a ideales y sueños.
Pero, al parecer, para
la clase política lo único importante es saber cuánto hay que gastar para que
la sociedad deje de reclamar y se quede tranquila, obediente a lo que se les
dice en los medios. Así generan soluciones parches que se comunican a través de
mentiras, como fue la promesa de 4 mil millones de dólares para universidades y
liceos en el GANE, con una clara mirada asistencialista de lo que debe ser la
labor “social” del gobierno e instituciones, sumado al intento de hacer ver las
decisiones entre 4 paredes como grandes acuerdos, pues “si la gente nos dio su
voto, nosotros sabemos que quieren”, sintiendo que logran comprender las
demandas con esta mediocre mentalidad dirigencial, haciendo a un lado la
representatividad y participación.
Es a este último punto
al que apunta el movimiento por la educación, más allá de lo netamente
educativo, buscando instalar un nuevo sistema de decisión en una política
podrida, que pase por recoger y hacer partícipe de las decisiones a la sociedad
en su conjunto, nos guste o no la decisión que esta tome, pues esta es la
forma, desde nuestra mirada, para que las propuestas y decisiones que se tomen
desde las instituciones gubernamentales sean representativas de las necesidades
de quienes habitan y sufren directamente
las decisiones que se toman en las cúpulas políticas, sin excepción, para que
todos se sientan capaces de hablar sin miedo a no ser escuchados o reprimidos.
Por todo esto es que las
demandas del movimiento por la educación no apuntan a “lucas” más o menos, si
no que ponen sus miradas sobre el sistema neoliberal, en cómo este entiende la
sociedad y cuál es el rol del sistema educativo y quienes son parte de
este. Para quienes creemos en esto el
dinero es solo un tema periférico, casi irrelevante, que se enmarca en lo
operativo y no en lo fundamental de la propuesta, que es básicamente definir cuál
es el sentido del sistema educativo en el país y para quienes debe servir.
Mientras esto no ocurra, todo anuncio será un ruido molesto al que no haremos
caso, pero tendremos en cuenta.
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